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Si nos sentamos aquí y así, es para reiterar una esperanza, apoyarla con nuestro gesto simbólico y recordar lo que nos reúne.  
Queremos vivir en paz; no queremos que otras generaciones hereden esta situación
Queremos terminar este largo conflicto mediante la palabra, el diálogo y la participación
y, mientras dure, queremos humanizarlo. Sabemos bien, como ha escrito Benedetti, que todo es según el dolor con el que se mira.


Queremos sumar. No preguntamos a nadie qué visión tiene del conflicto o los conflictos. Piense como piense, tiene aquí una silla a su disposición si comparte el deseo de construir la paz.
Nos sentamos, pero no es una actitud pasiva.
Es un llamamiento a abrir caminos a una de nuestras principales necesidades como comunidad: construir la paz y una convivencia normalizada.
Es también una síntesis de nuestra idea de la paz que necesitamos: al sentarnos así, en un círculo siempre abierto, marcamos un espacio común compartido por todos en libertad. Es lo que queremos que sea nuestro país.

Hemos vivido momentos de desesperanza y momentos de ilusión, y a pesar de todos los pesares nos hemos agarrado a la ilusión porque la única respuesta que merece la decepción es reconstruir la esperanza. Tantas veces como haga falta.
A lo largo de estos años nos ha sostenido, a quienes nos hemos sentando aquí y a muchos otros, la convicción de que no podemos admitir conflictos eternos. Como decía Georges Mitchell, mediador del acuerdo irlandés, de la misma manera que somos los humanos los que creamos los conflictos tenemos que ser capaces de resolverlos.

Probablemente habréis sentido la perplejidad de comprobar que una iniciativa como esta, sencilla, sincera, humilde, pero al mismo tiempo llena de sentido, no prendía en la sociedad. Yo mismo, la primera vez que me explicaron la idea imaginé una cadena de círculos concéntricos creciendo, poco a poco, paulatinamente, hasta desbordar los límites del Boulevard. No ha sido así. Pero tampoco era necesario.

El valor del símbolo no es que otros lo asuman. Es su significado. En realidad hubiera sido igual que sólo se hubiera sentado una persona. Hubiera sido suficiente para señalar la intención; para que quede el testimonio. Lo que importa en esta iniciativa es la dirección a la que apunta: la invitación a mirar en la buena dirección. Una vez que se ha señalado, ahí queda. Ya no depende de cuánto tiempo seguimos sentándonos. Este círculo en que todas nuestras miradas coinciden en un punto de encuentro, independientemente de cuántos somos o de quiénes somos, ahí queda, como una semilla que no sabemos cuándo florecerá. Otros sembrarán otras. No sabemos cuál será la definitiva, pero sabemos que habrá una que dará fruto y en el que de algún modo estará lo que nosotros hemos sembrado.

Por eso, ese aplauso con el que solemos cerrar, sencilla “ekintza” nuestra, no es para nosotros sino para cuantos, cada uno a su manera, está trabajando para acercarnos a la paz que todos buscamos. Una paz que está más cerca, mucho más que cuando nos sentamos por primera vez aquel 17 de mayo de 2007, a los meses de rota la tregua de 2006.

Rubalcaba dijo por entonces que no estamos en paz ni en el proceso de paz sino en la situación de violencia que ETA lo ha querido. Hoy todavía no estamos en paz, pero sí en camino, un camino del que hemos sido parte marcando cada quince días la buena dirección. La que empiezan a hacer suya quienes abandonan el discurso de la guerra. La dirección la que convergeremos, cada uno por su camino, quienes hemos querido, y porque hemos querido, la paz.

 

Boulevard, 07.04.2011