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Según la etimología latina, la palabra cultura proviene del verbo colere, que significa cultivar; un término que tiene la doble acepción de cultivar un terreno o bien una relación entre personas. Aunque tal vez ambas cosas no sean tan diferentes. Pues tanto las plantas del huerto como las relaciones entre personas necesitan de cuidados para crecer.
Así pues, cuando desde el ámbito de la cultura  reclamamos la paz, podemos decir que abonamos el terreno para el cultivo de  una relación diferente entre distintos. Afirmar -siguiendo con el juego de significados- que estamos sembrando la posibilidad del  respeto a los derechos de quien es diferente.
Así pensaba al menos Rosa Luxemburgo, antes de ser asesinada por los enemigos de la paz, cuando dijo “la libertad, ha sido, es y será la libertad de aquellos que piensan diferente”; e intentó después evitar la Gran Guerra promoviendo una huelga general en los dos bandos. Aunque, como sabemos, no pudo conseguirlo; pues ambos bandos se pasaron a cuchillo y gas mostaza con la mayor crueldad que se había visto hasta entonces. Algo que, pensándolo bien, no es tan extraño; ya que la guerra, al contrario que la paz, no precisa de cultivo. Al fin y al cabo, arrasar un sembrado es infinitamente más sencillo que conseguir que de un baldío surjan algún día frutos.
Cultivar la paz y el respeto a los derechos del otro es por tanto un trabajo duro. Al igual que es duro el trabajo del agricultor, cuando araña la tierra helada para introducir en ella la semilla.
Cultivar la paz y el respeto a los derechos del otro exige también paciencia. Pues al igual que no podemos esperar que de la noche a la mañana surjan los frutos del huerto, tampoco las heridas, las humillaciones y los agravios se curan de  un día para otro.
Cultivar la paz y el respeto a los derechos del otro, supone también cultivarnos. Pues necesitamos cultivar  los valores humanos para poder respetar los  derechos humanos.
Cultivar la paz y el respeto a los derechos del otro, puede parecer inútil, ineficaz, incluso humillante ante una situación de manifiesta injusticia.  Pero es sólo porque confundimos paz con obediencia; y, sin embargo, la desobediencia ante la injusticia es una de las mejores herramientas para cultivar  una paz justa que  respete  los derechos del otro.
Así al menos lo afirmaba Henry David Thoreau, cuando dijo que “bajo un gobierno que encarcela a alguien injustamente, el sitio adecuado para una persona justa es también la cárcel” Y después se negó a pagar impuestos para protestar contra la esclavitud en Estados Unidos, por lo que efectivamente fue encarcelado. Como también lo fueron los centenares de insumisos vascos, que prefirieron la cárcel a aceptar una ley injusta que les obligaba a preparar la guerra.
Porque cultivar la paz y el respeto a los derechos del otro es en verdad revolucionario. Porque revolucionario es sostener que la palabra y la razón son superiores a la sinrazón de la fuerza.
Al menos así lo creía el revolucionario Mexicano Benito Juárez, cuando afirmó que “Entre las personas y las naciones el respeto al derecho ajeno es la paz” Aunque luego la revolución fue anegada con sangre inocente. Pues siempre será más fácil anegar los campos destruyendo las represas, que construir canales por donde el agua fluya con provecho.
Porque  revolucionarios son quienes  dudan, quienes asumen sus contradicciones y tratan de superarlas; quienes consideran que aceptar la complejidad del mundo es patrimonio de la mejor cultura: aquella que cultiva los valores de la justicia, la igualdad  y la paz.
Mirad en cambio a los conservadores, a los cínicos, a quienes piensan que nunca nada cambia ni cambiará, a los dogmáticos defensores de verdades inmutables, a quienes buscan retorcer por la fuerza la voluntad del reo, a quienes prefieren la guerra a la libertad de un pueblo, a quienes niegan los derechos de las personas presas…

Miradlos bien, pues ellos son los enemigos de la paz. 


Juan Ibarrondo

Gasteiz
26/11/2012